Las piedras son mudos testigos. Los riscos calizos llevan décadas viendo pasar ganados que dan nombre a las sendas y caminos: Mal Viaje, Malos Pasos, la Cabra. Han visto quemarse una y otra vez los pinos y las carrascas. Las piedras están acostumbrándose ahora al paso de los humanos que ni pastorean ni queman. Son participantes en las pruebas de montaña. Van soplando y paran de vez en cuando a mirar atrás, en plena subida, justo antes de girar la vista hacia cuanto queda para coronar. El Pico Yerbas, la Charnera, solamente pueden ofrecer la dureza de sus caminos y un calor acumulado durante milenios. En general la comarca entera nos ofrece calidez. Es una cosa que se percibe en el mismo momento de confirmar nuestra inscripción.
De este modo, el 8 de diciembre estábamos preparando los hierros para correr en la Carrera Sierra de Chiva, que recorre en dos bucles (61 y 33 kilómetros) las sierras calizas del interior valenciano. Desde estos miradores privilegiados se ve el Mediterráneo, la urbe valenciana, pero también se ven tipos arrastrándose por pendientes criminales y descendiendo por barrancos imposibles. En un acceso enormemente fácil desde las principales urbes del país, Chiva atraía desde el jueves a los tipos y tipas más resistentes del pelotón. Está en el interior del plano de Valencia, adosado contra las sierras costeras, pero asomado sin rubor a las autovías y aeropuerto de la zona.
Utilizamos esta combinación de running de todos los niveles y máxima exigencia para husmear en su facebook y nos confirmaron a la primera que son un grupo que organiza todo con mimo. La atención previa está lejos de las organizaciones masivas. El control del caos previo de la entrega de dorsales y gestión de la madrugada de la prueba prometían vibraciones positivas. Desde el primer momento se percibe una cosa: calidez. Es una sensación que nos acompañará en todos los niveles. Diría que hasta la crueldad del recorrido está trazada con amorosa calidez.
A las siete de la mañana todo son risas y fotos. El ambiente entre los trailrunners es fantástico, hay un punto menos de tensión que en las carreras de ruta. Por delante tenemos cuatro grandes ascensiones y una broma final. Son muchos kilómetros por las sierras levantinas. Un monstruo calizo que sufre los azotes del calor y las lluvias estacionales y que destroza la roca convirtiéndola en pedregales desde que el tiempo es tiempo.
Arrancamos con una preciosa cuesta de asfalto en la que centenares de frontales van encendiéndose paulatinamente, a medida que las farolas de la ciudad desaparecen. Esta manifestación de luciérnagas que madrugan deja los chistes pronto para enchufarse a la primera ascensión. Luego vienen el amanecer, una segunda cuesta, la salida del sol a pleno pulmón y una tercera rampa. Es una sucesión llena de piedras, cariño, voluntarios en los cruces y nervios en la comprobación de cómo se van al traste las medias horarias diseñadas.
Las cumbres, en Diciembre, incluso en las latitudes que insultan al resto del país con su clima privilegiado, nos tiran a la cara y los riñones un viento sostenido. Pero a la caída de unas lomas calizas nos encontramos un avituallamiento con voluntarios vestidos con trajes regionales, una especie de hadas madrinas de postal que no dejan que nos vayamos sin beber, comer y rellenar escrupulosamente las reservas. Es un escrúpulo maternal, con acento valenciano, y que sabe a coca dulce y a mistela.
¿Quién va a resistirse a encarar una siguiente cumbre? Así discurren los 61 kilómetros de la prueba gorda. A las diez de la mañana se da la salida a la prueba de 33 kilómetros que también cuenta con un desnivel apreciable. Mientras los doscientos participantes de la mini tomaban ya de día la primera subida, el equipo que diseña la prueba se encontraba repartido por sectores y tareas en toda la comarca. Un grupo reparte avituallamientos, otro repasa el marcaje (impecable), otros cortan jamón y tocan la dulzaina y el tabalet, y la comandancia está pendiente de los escasos abandonos.
Voluntarios y más voluntarios que se convierten en nuestro bálsamo de la hora del aperitivo. A media mañana ya duele casi todo. Son un acumulado de 3000 metros en unas cumbres que apenas llegan a los 1000 metros de altura. A cada pendiente, un cartel anunciando el porcentaje positivo o negativo. Para poder disfrutar de la amabilidad de las rocas, las personas y del sol, hay que traer preparados poderosos cuádriceps, tendones de hierro y un cerebro resistente. Que, a pesar de todo, no son garantía de nada. El terreno, diseñado por los equipos CXM de Valencia y Atletismo Marjana, es un cálido almanaque donde hay de todo. De todo lo bueno, pero a qué precio.
En la pelea por suceder a Aitor Leal como vencedor, las posiciones estaban muy definidas. El vencedor de la edición inicial, el conquense Santiago García, iría tomando sucesiva distancia respecto de Vicente Redondo para imponerse con un mejor tiempo de 5h:32. Impone un nuevo récord del circuito al que se añadía una modificación final. El podio lo completó Gabriel Valero, que se fue a las seis horas. En féminas la corredora del Mur-i-Castell Sofía García hizo un buen top 20 absoluto para sacar un puñado de minutos a Xari Adriá (Gr33 Tot Trail). Fueron los más rápidos de un acumulado de casi 350 finishers entre los que nos colamos a que nos dieran una paliza soberana. Una mejora sustancial de participación respecto de los que se presentaron un año antes en la salida.
Señalar que pudimos observar desde las zonas altas los destrozos que causó el fuego recientemente. Una pena en unos paisajes muy bellos en los que se combinan los cortados y altos roquedos, con barrancos donde se asientan paradisiacas huertas y bancales. El lugar ideal para correr sin freno.
Se viven situaciones de fatiga y de alivio cuando se llega a los puntos de avituallamiento, fabulosamente surtidos y con un equipo humano con una eterna sonrisa. En uno de esos pedregales los corredores pagan con la última calderilla. Se camina veinte metros, se para, se camina otro poco y es que se trata de una ascensión criminal, con una pendiente del 50% (¡una rampa de cuarenta y cinco grados de inclinación!) que han colocado a seis kilómetros de meta. Trail running puro.
Pero todo sufrimiento tiene su recompensa. Cuando encaramos el último cerro de asesino ascenso, se abre a nuestros pies la vega valenciana. Volvemos a ver Chiva y las cuestas, la iglesia con su cúpula de azulejo, el castillo, casas y cierta tranquilidad ante el paso de estos tipos que traen el gesto torcido y cristales en los músculos de las piernas. El ritmo de la población no se detiene ante la carrera pero se sonríe en general. El equipo de CronoK30 nos recibe al ritmo de la megafonía y un goteo de aplausos es nuestra recompensa. Apenas es un punto y seguido en un fin de semana que hemos disfrutado como enanos. A la llegada no surgen más que oportunidades para charlar, sea al calor de una paella o un caldo, o de recoger las bolsas y trastos de una bien organizada plaza.
La montaña y la gente de la zona nos han dado su versión más cálida. Solo queda comentar la jugada, sentarse, esperar a los últimos y disfrutar de una carrera fantásticamente organizada. En diciembre de 2013 ya tenéis otra cita. En su versión más bestia, o en la de iniciación. Chiva es un lujo.
Chiva y comarca, sin límites
Para una escapada puntual o para unas vacaciones, la comarca de la Hoya de Buñol es un paraíso a pequeña escala. La variedad de los términos de Chiva, Buñol, Cheste o Siete Aguas son simplemente pequeños ejemplos de qué hacer. Si quieres correr, es una ensalada de cerros, bosques de carrascas, caminos que ascienden hasta los mil metros y dejan ver tanto lo duro y cruel del urbanismo y los fuegos, como la belleza de la lejana huerta.
Chiva (14.000 habitantes) compite entre las fiestas de Agosto de la zona con su Torico, que fue un símbolo de levantamiento contra el poder feudal. En el cercano Siete Aguas se celebra la popular carrera de fondo de verano. Para los aficionados al motor, está muy cercano al circuito de Cheste.
Bien comunicada por la A-3 con todo el interior y el eje mediterráneo (distancia de 30 km a Valencia, 320 km a Madrid y 370 km a Barcelona), la ciudad de los chivanos es un buen destino para comer; es la cuna del sano y contundente Mojete, compuesto por harina de guijas, aceite, patata y ajo, todo ello guisado sobre sartén y alimentado con fuego a leña, y el Pisto de Alubias, elaborado en cazuela o puchero de barro a fuego lento. Si eres un fan de los arroces no te irás decepcionado del de garrofons, judías verdes y pollo o conejo.
Información práctica
Web: www.carrerasierradechiva.com.
Distancias: 61 kilómetros / 33 kilómetros.
Desnivel positivo: 3.000 metros / 1.450 metros.
Tiempo límite: 13 horas / 6 horas.
Inscripciones: 35€ federados y 40€ no federados / 15€ federados y 18 € no federados. Precios variables según día en el que se haga la inscripción.
Otros datos de interés: duchas, guardarropa, alojamiento en pabellones, hoteles a precios especiales para participantes. Comunicación permanente.
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Colaboradores Área de Entrenamiento: Jerónimo Bravo y Miguel Ángel Rabanal. Área de Material: Fernando Chacón y Kike de Diego Álvarez. Área de Salud: Enrique García Torralba y Doctor López Chicharro. Área de Nutrición: Viviana Loria Kohen. Área de Carreras: Ignacio Mansilla. Área de Trail: Miguel Caselles, Juan Antonio Alegre y Juanma Agejas. |