Si eres un corredor popular de los que ocupan la parte media en la clasificación de una carrera, seguro que más de una vez has llegado a meta con los ganadores en pleno pódium recibiendo su premio. Cuando regresas a casa, o mientras apuras la última gota del agua que te facilitó la organización, todavía te cruzarás con corredores más lentos que tú. Concluyen la prueba entre audibles y escasos aplausos. El último de ellos precede al vehículo que con su sola presencia indica la cola de la carrera, el fin de la misma. Hablamos del coche-escoba. Con ese término -exactamente con el de voiture balai (su traducción literal)-, los franceses bautizaron en el Tour de Francia de 1910 al furgón Citroën que acompañaba al último ciclista, o que lo retiraba, cuando totalmente exhausto, era incapaz de continuar la etapa. El atletismo en ruta adoptó la idea para sus pruebas, y en la actualidad el coche-escoba es un elemento fijo e imprescindible en las carreras mejor organizadas.
El coche-escoba se encarga de la ingrata labor de hacer cumplir el tiempo permitido por el reglamento para la finalización de la prueba. Ese tiempo se corresponde con el permiso que las autoridades municipales conceden a la carrera para mantener el tráfico cerrado y no provocar el caos en la ciudad. Para una prueba de diez kilómetros el tiempo máximo de finalización suele ser de una hora y media; de dos horas y media cuando hablamos de medio maratón, y de seis horas para los maratones, aunque hay algunos que sólo permiten cinco.
Con estos tiempos establecidos por los distintos reglamentos de las carreras, el coche-escoba mantiene una invariable y cansina velocidad de unos siete kilómetros por hora. El ruido de su motor provoca en el corredor que le precede una sensación de agobio, que raras veces deriva en mal humor. "Bueno, no siempre es así", nos dice el cántabro Andrés Lanza. Andrés, que lleva veinticinco años conduciendo el coche escoba en el prestigioso Medio Maratón de Bajo Pas (se celebrará el próximo 9 de septiembre en Oruña de Piélagos), sabe lo que es llevarse una mala contestación de algún corredor de cola: "Le dije a una corredora que iba muy retrasada y que era mejor que se retirase. ¡Y si lo sé no comento nada! ¡Con la mirada que me echó ya bastaba!", -nos comenta jocoso-. "El corredor nunca quiere abandonar la carrera".
El coche-escoba suele ser una furgoneta. Algunos la decoran de manera simpática con la típica escoba de paja, como las que se asocian a las brujas. Lo normal suele ser que porte una bandera de color rojo o verde, y alguna pancarta indicativa de que representa la cola o el final de la carrera. En las pruebas más populosas y duras, como los maratones, el coche-escoba es un microbús. Aunque en relación al número de llegados a meta los retirados suponen unas cifras mínimas, siempre hay algún participante que hace uso de esas plazas cuando las fuerzas y el ánimo le han abandonado.
El coche-escoba suele circular detrás de una ambulancia o de algún vehículo de protección civil que ha solicitado la organización. A su rebufo es frecuente que vayan agentes de policía restableciendo el tráfico que la carrera cortó durante su celebración. En algunas pruebas los operarios del coche-escoba van retirando a su paso vallas y otros enseres; en otras, como en el Maratón de Madrid, al coche (microbús) escoba le acompañan también patinadores, unos veinticinco, que forman un muro bien visible que deja claro dónde está el final de la carrera. Son los patinadores de la Asociación Madrid Patina (www.madridpatina.com). Respetuosos con los atletas al máximo, siempre marchan despacio, deslizándose sobre sus ruedas, a unos diez o quince metros por detrás del último corredor, sin agobiarle, justo delante de los vehículos motorizados de la organización y de la policía.
La peor de las circunstancias para todo participante de una carrera en ruta es ser rebasado por el coche-escoba. Cuando esto se produce el corredor tiene que proseguir la prueba por un lado de la carretera. Se le prohíbe desde ese momento ocupar el centro de la misma. En el mejor de los casos puede circular por la acera, si la hay, aunque para ello deberá esquivar peatones y viandantes. Los semáforos vuelven a ser imperativos en su marcha si no quiere ser atropellado por algún vehículo. Los conductores que llevaba a su espalda, y que no veía por estar tapados por la presencia del coche-escoba, no siempre tienen la mejor de las reacciones hacia el corredor cuando pasan a su lado.
Hay quienes animan sí, pero lo normal es que muestren indiferencia. No todos llevan con buen talante que una carrera popular ralentice su marcha o que les haga llegar tarde a su destino. "El conductor de Madrid es muy insolidario", nos dice Carmelo de Vicente. Carmelo, de sesenta y siete años, nació en Cádiz, pero como tantos otros es madrileño de adopción desde hace muchísimo tiempo. Con su gorra puesta del revés, su buen humor y su ritmo pausado, es uno de los corredores de referencia en la cola de las carreras. Su mayor hito, sin duda, es haber concluido los treinta y cuatro maratones de Madrid celebrados hasta la fecha. "¡Hombre! ¡No en todos ellos he entrado el último!-nos dice-. Sólo ha sido así en los últimos años. El paso del tiempo no perdona", argumenta con su alegría habitual. Carmelo nos contó que el momento en el que se es adelantado por el coche-escoba no es agradable.
Si sus críticas hacia los conductores son irremisibles, no se muestra así de duro con las personas que conducen y acompañan al coche-escoba, todo lo contrario: "Siempre tienen un comportamiento excelente. Sin embargo cuando ven que estás fuera de tiempo no tienen más remedio que rebasarte", nos dice. "Te supone un cargo de conciencia dejar abandonado a los corredores que no pueden seguir el ritmo de la prueba"- nos dice Andrés, el veterano encargado del coche-escoba en el Medio Maratón Bajo Pas-. "Les dices que suban, pero no quieren. Y claro, se ven obligados a seguir solos. En algunos casos llegan cerca de una hora después del cierre de carrera", cuenta con pesar el cántabro.
Los que desisten, los menos, terminan por subir a las plazas del coche-escoba. Casi siempre por lesión o por agotamiento. Andrés nos cuenta que el máximo de atletas a los que había llevado por prueba en sus veinticinco años de experiencia habían sido muy pocos, apenas cinco. En los maratones, sobre todo en los últimos kilómetros, la cosa cambia, y no es extraño que un microbús de unas cuarenta plazas vaya casi a la mitad de su ocupación.
Los que aguantan en carrera lo hacen fuera de control, con el inconveniente de correr con el tráfico ya abierto. No es un perjuicio demasiado grande. En los entrenamientos de cualquier corredor, ni la ciudad ni sus coches se paran a su paso, pero ¿qué ocurre con los avituallamientos? "Muchos avituallamientos están ya recogidos cuando llega el último clasificado, y claro, más avituallamiento que esta gente, no necesita nadie". Quien así nos habla es Óscar Igartua, coordinador de eventos de la Asociación Madrid Patina. Su grupo de patinadores presta una valiosísima ayuda a los corredores y a la organización del Maratón de Madrid, y año tras año constata esta lamentable circunstancia de carrera. Los voluntarios de Madrid Patina han acompañado hasta la meta, en no pocas ocasiones, a corredores que van fuera de tiempo.
Ellos mismos han portado agua y algún alimento energético que han supuesto una fuerza extra para el atleta en su lucha por terminar el maratón. Nuestro amigo Carmelo de Vicente, sin ir más lejos, ha sido objeto de esta atención: "Un año me llevaron casi a rastras y me hicieron llegar a la meta en tiempo, justo en cinco horas y cincuenta y nueve minutos, pero en dos ocasiones he entrado en meta fuera de control". Óscar Igartua, de Madrid Patina, se siente muy reconfortado por los agradecimientos de los corredores. Algunos de ellos han contactado pasado un tiempo con su asociación para agradecerles el apoyo prestado en momentos críticos del maratón: "El agradecimiento nos abruma. Ir tan despacio sobre patines y estar durante tres o seis horas a ritmo de peatón es más duro que patinar libremente, pero se compensa con el buen ambiente que reina en la prueba y con una buena predisposición a que la carrera sea una especie de fiesta", nos dice.
Andrés Lanza, del coche-escoba del Medio Maratón Bajo Pas, no duda en equiparar el éxito de los últimos llegados a meta con el del ganador de la prueba. El de Cantabria nos dio a conocer una realidad para muchos desconocida; en la cola de la carrera se libra una batalla que afortunadamente tiende a desaparecer. Es la que protagonizan los familiares y amigos de los corredores que se empeñan en meterse en mitad de la prueba con sus vehículos para servirles de apoyo. No pocas discusiones le han valido al bueno de Andrés tratar de convencerles de que esto ponía en peligro la integridad física de todos; "por suerte los he ido domando con los años. Hoy en día esto es ya una anécdota".
Policía y organización sí que se las ven tiesas con frecuencia con los conductores. Aunque la mayoría de las carreras se celebran en domingo (la jornada de descanso para casi todo el mundo), el ritmo y las prisas de la vida actual se reflejan al volante. Muchos quieren pasar y tiran de claxon para ello. La policía incluso ha intentado presionar en alguna ocasión para acelerar el ritmo del coche-escoba. El patinador Óscar Igartua nos contó que en una edición del Maratón de Madrid tuvo que acatar las órdenes de los agentes municipales para que se acelerase el paso de la carrera. Un corredor quedó fuera de control de tiempo, y tuvo que finalizar la prueba corriendo por la acera. "Nos dijeron que por una sola persona no tenía sentido que el tráfico siguiera cerrado. Se trataba de la policía, no podíamos hacer otra cosa".
Carmelo de Vicente, en su dilatada experiencia maratoniana nos relata una de sus vivencias: "En uno de mis primeros maratones, un coche no quiso esperar a que pasara la carrera. El caso es que medio atropelló a un corredor. Como ya he contado otras veces, le pegué una patada a la chapa que casi me rompo el dedo gordo del pie". Por desgracia en España, aunque vivimos un auge del running sin parangón, estamos lejos de la sensibilidad demostrada por las carreras de otros países de mayor tradición: "En Nueva York te dan nueve horas para finalizar, y en Londres no cierran el control. Madrid es distinto; aquí vas contra el reloj. Yo pediría que aunque restablecieran el tráfico, no te sacaran de la carrera", reclama Carmelo.
El ambiente que reina en la cola de la carrera es emotivo y de compañerismo total. El mundo de las carreras populares permite que atletas de todos los niveles tomen la salida a la vez. Juntan a un campeón del mundo con un aficionado que exprime al máximo las horas del día para sacar cuarenta minutos para entrenar. El público cada vez valora más el esfuerzo de todos y el área del coche-escoba es un hervidero de emociones. Las mismas se reflejan en las caras de los atletas, pero también en la de los espectadores, que no pueden reprimir la emoción cuando ante ellos circulan a paso cansado y fatigado los corredores más lentos de la prueba, esos que quieren demostrarse a sí mismos que pueden concluir, o que han hecho una promesa, o una apuesta personal.
Sin duda en la parte de atrás de la carrera se vive el mayor sufrimiento, pero también las mayores risas y el mayor compañerismo. "A mí siempre me acompaña otro voluntario"- nos dice Andrés Lanza-. "A menudo facilitamos agua a los corredores que se nos acercan. Tenemos una misión muy bonita que no quiere nadie, pero que a mí me gusta". En el caso del experimentado conductor del coche-escoba de Oruña de Piélagos, los años le han llevado a conocer a muchos de los atletas que siempre corren atrás. A menudo los anima: "Nos dicen en broma que dejemos el coche y que echemos a correr con ellos", comenta sonriente.
"Yo en Madrid soy bastante conocido"- nos dice por su parte Carmelo-. "Hay un grupo de corredores, el Club Garabitas, que siempre que en carrera me pasan me hacen la ola: ¡Ahí va Carmelo!, me dicen". Y tú, como corredor experimentado, ¿animas a otros corredores?, le preguntamos con curiosidad a este veterano: "Más de una vez les he tenido que decir que no se retiraran, que yo tiraba de ellos. Cuando han llegado a meta, algunos antes que yo, me estaban esperando para darme las gracias. Me han llegado a decir que si no hubiera sido por los ánimos que les di se habrían retirado", nos responde.
Solo por gestos de compañerismo como este merecería la pena cuidar las formas en muchas carreras cuando se produce la llegada a meta del último corredor. "Cuando entramos con el coche-escoba en meta ya te encuentras con todo muy desangelado"- dice el coordinador de eventos de Madrid Patina, Óscar Igartua-. "La gente o está tomándose una cañita o está en su casa comiendo. No queda casi nadie en meta, y los que hay ya están deseando recoger y marcharse".
Y Carmelo de Vicente, con sesenta y siete años y con el orgullo de haber concluido todas las ediciones del Maratón Popular de Madrid, ¿qué siente cuando llega a una meta casi desértica? "Una de las veces que entré fuera de control, sólo quedaban en meta mi mujer y mi hija, pero te diré algo con mucho orgullo: en todo un periódico como El País sólo se habló ese año del Maratón de Madrid para referirse a dos personas, al ganador de la prueba y a un servidor de ustedes que llegó en seis horas y veinte". Y así se viven las carreras en la cola del pelotón, con paciencia unos y con sufrimiento y buen humor los otros. Todos haciendo gala de una gran humanidad. Sirvan estas líneas de pequeño homenaje a los que cierran las pruebas populares. Todos ellos son ganadores, todos ellos son un ejemplo.
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