Fue en la Antártida, a veinte grados bajo cero (¡en pleno verano austral!). En aquellos hielos completó hace un mes dos carreras imposibles; primero una de 42 kilómetros y, al día siguiente, por si no había sido bastante, otra de 100 kilómetros. Ambas pruebas formaban parte del Ice Marathon, una de las competiciones de running más extremas de cuantas tienen lugar en el mundo y a las que es buen aficionado Julen Urdaibai, un admirable profesor de Educación Física de Bermeo.
El desierto, la jungla y ahora el hielo polar han sido testigos de las proezas de este corredor de 38 años. En la Antártida su objetivo era honrar la memoria de los 143 marineros vizcaínos que en 1912 fallecieron en el Mar Cantábrico como consecuencia de una terrible galerna. 143 vidas y 143 kilómetros recorridos por este bermeotarra. "Lo único que podía hacer por ellos, para recordarles, era correr", nos dice con sencillez y hondura. Y bien que lo hizo. Se tomó la prueba de maratón como un entrenamiento largo (lo completó en quinto puesto en 4h:46:40) y al día siguiente, para la carrera de cien, salió conservador. Su estrategia estaba clara: "Fui el último durante mucho tiempo. Sólo había tenido 17 horas para recuperarme, y tenía muy claro que en una prueba tan larga tenía que calentar bien el cuerpo. Aposté por preparar el organismo para estar 13 horas corriendo y poquito a poquito fui cogiendo mi sitio". Todo salió perfecto, tercera posición con una marca de 13h:08:56. Nunca se le pasó por la cabeza buscar la victoria en las dos carreras sino tan sólo homenajear a sus paisanos y probar su organismo ante el duro reto de correr en unas condiciones de frío extremo.
Julen Urdaibai se considera un novato en este tipo de carreras, pese a que ha participado en algunas de ensueño, y que muy pocos corredores serían capaces de completar jamás. El Marathon des Sables (250 kilómetros en el Sáhara), la Jungle Marathon (242 kilómetros en el Amazonas brasileño), o la Transalpine Run (297 kilómetros por Los Alpes austriacos) dan fe de su recio organismo.
Es de carácter humilde y ello le prohíbe presumir de la enorme proeza que supone concluir tan exigentes pruebas. Sus maneras tranquilas y su instinto observador le llevan a valorar además, de forma muy positiva, las maravillosas experiencias vitales que su vida está acumulando gracias al running. "En el Polo Sur he estado cinco días sin ver un solo animal, y la incomunicación ha sido total", nos confiesa.
Sin embargo reconoce que la peor parte de esa incomunicación se la ha llevado su familia: "Tú estas allí, corriendo y entretenido, pero ellos te sienten lejos y no saben nada de ti. En la Antártida, por ejemplo, sólo contábamos con la posibilidad de mantener una conversación telefónica al día durante media hora, eso sí, pagando previamente 30 dólares. La gente que atendía nuestro campamento era muy especial y muy predispuesta a la convivencia. Tenían muy buen talante pese a lo duro que debe ser pasar tres meses allí, como hacen ellos, en un entorno donde no hay nada con que entretenerse, y donde apenas tienes unos libros", comenta sobrecogido. Y añade: "En lo paisajístico el Polo Sur no tiene un estímulo visual del que disfrutar. No hay mucho paisaje, sólo ves hielo, nieve y montaña, y es por eso por lo que es importante ir preparado con recursos mentales y anímicos para poder afrontar tantas horas de carrera".
El de Bermeo se preparó a conciencia entrenando en congeladores y probando en sus tets qué equipación sería la más adecuada para su aventura. "En el frío me ha costado más recuperarme físicamente. Una vez que concluí el maratón tenía que correr los 100 al día siguiente, pero ese tránsito, con una temperatura de cero grados en la tienda de campaña, no me permitió descansar bien como me ocurre aquí cuando hago un entrenamiento duro y luego me tiro en el sofá a estirar. En la Antártida te cambias de ropa y te metes en tu saco de dormir sin mayor comodidad", relata el ultramaratoniano vasco.
Nuestra curiosidad acerca de su último viaje a la Antártida no tiene fin, pero sería injusto pasar por alto una mención a las otras pruebas en las que Julen ha participado. Su bautizo de fuego tuvo lugar en el año 2008 en un entorno completamente diferente al de la Antártida: las arenas desérticas del Sáhara. Correr en la arena fue para él una experiencia maravillosa que le encantaría repetir en el Gobi o en Atacama. Fue su primera carrera extrema y de ella guarda un memorable recuerdo.
En 2011, el Amazonas fue un entorno hostil y "una agresión horrible para el cuerpo", nos confiesa. "Desde luego, cuando regresé de allí vine muy mermado físicamente, lleno de heridas y con los pies hinchados. Fue una calamidad enorme", asegura Julen. Reconoce que pasó momentos de cierto temor, sobre todo en un tramo fluvial en el que los organizadores reclamaron la máxima atención a los corredores: "Nos dijeron que tuviéramos cuidado, que íbamos a cruzar un río en el que el día antes se había visto una anaconda. Las anacondas siempre están en el fondo del agua y cuando nos tocó cruzar llevábamos un miedo terrible. Cada vez que pisabas un bulto te echabas a temblar pensando que pudiera ser la anaconda", nos dice sonriente.
A lo largo de estos años ha conocido gente admirable: "Unos son los mejores en este tipo de pruebas y otros no lo son. Me quedé impactado en el Marathon des Sables con Jordi Aubeso. Pese a su nivel, siempre se quedaba al final de las etapas para aplaudirnos y animarnos, cuando podía estar descansando en su haima y preparando el día siguiente. El año pasado, en la Jungle, hice la carrera con Javi Subías, de Barbastro, que es extraordinario y me enseñó mucho. Y este año, en la Antártida, he tenido el placer de conocer a Luis Alonso, un fantástico corredor y una muy buena persona", cuenta Julen con gratitud y admiración.
En casa se ha prohibido a sí mismo hablar de más carreras y asegura que "ahora toca disfrutar de mi mujer (Laura) y de mis hijos, Unai y Ander". Pese a ello ya piensa, con discreción eso sí, en poder correr en Vietnam y Madagascar. Quién sabe si aquellos países verán pasar pronto a Julen y a su inseparable ikurriña vasca.
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